Hay un principio metafísico que dice: todo lo que comienza, termina y; todo lo que termina, comienza. Los brujos le asignan un número, el 13. Todos los grandes imperios han terminado y, sobre sus escombros, otros han comenzado. Así también somos los hombres. Recuerdo de cuando nos parecía que el poder sería eterno para Stroessner y que él no moriría nunca. Pero se lo obligó a abandonar el poder e, incluso, un día también murió.
Así fueron Roma, Grecia y Egipto; Anastasio Somoza, Adoldo Hitler y Manuel Antonio Noriega. Todos caen, tarde o temprano.
Cuando leí, hace algunas semanas, un artículo firmado por Héctor Ignacio Guerín Gómez en una de las páginas del diario donde él es cronista corresponsal asalariado, en el cual afirma que sus cuotas por la compra de radio Concierto (propiedad de uno de los Jebai) están atrasadas porque está pasando por dificultades financieras, pensé que el ocaso del "Cacique" (como él se autodefinió) ha comenzado.
Guerín accedió a la “fresca viruta”, como gustaba escribir en una de las columnas del diario que dirige en el Alto Paraná, a fuerza de extorsiones.
Ahora empieza a quejarse.
Se me ocurre pensar que el colega está exactamente en la posta del número 13. Su largo reinado empieza a flaquear. Su entorno cambió, sin percatarse, y eso provoca su caída.
Ciudad del Este, donde fija su reinado, ya no es guarida de contrabandistas, a quiénes podía apretar a su gusto así como a otros a quiénes le encontraba el lado para manosearle como mejor le cante desde el decano de los diarios del país.
Todo el mundo se actualizó. Menos él. Y esa falta de actualización provoca sus quejas.
Tener en manos el periodismo es tener poder. El poder embriaga a los más ignorantes. No quiero poner en dudas la sabiduría de Guerín Gómez, lo que, sí, me queda claro es que el poder de la prensa le embriagó. Pensó que su fórmula sería de por vida. Le bastaba acusar, apuntar su cerbatana, tirar y esperar que la pieza caiga.
Sus potenciales víctimas pudieron haber sido aquellos que operaban en la marginalidad, cualquiera sea su actividad. Eran sus preferidos. De tanto acoso, los que pudieron haber sido, por ejemplo, falsificadores o contrabandistas, se actualizaron, se encarrilaron; en una palabra, blanquearon sus trabajos.
Aún así, el colega les apretaba. Pero ya no recibía la respuesta que habría esperado. Como se dice vulgarmente ya no le daban pelota. Y se quedó hablando solo y admitiendo ante la opinión pública que se le atrasa su pago por la compra de una radio.
Atila también terminó su reinado. También fue derrotado por los romanos. El “azote de Dios” no se percataba que terminaba su poder y en sus últimas arremetidas se alzó con su último botín, mediante la intervención de un papa. Robó mediante la diplomacia católica.
Si Atila, ese terror de Europa y Oriente, terminó su reinado, también un periodista termina de azotar a sus víctimas desde el poder que administra, tarde o temprano. Guerín ya no es aquel poderoso y odiado por muchos en Ciudad del Este. Hoy es odiado nomás ya. Su tarde está arrebolada a fuerza de vacios. Empieza su momento de recordar tiempos pasados. Su ocaso ha comenzado.
Entonces, quiénes servimos en la comunicación también debemos de entender que después de nosotros quedarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos quiénes, si hacemos con decencia nuestra labor, honrarán nuestra memoría y se les honrará a ellos. Del mismo modo, si nos hemos portado mal, si hicimos daño desde el poder de la prensa, esos hijos, nietos, bisnietos tendrán vergüenza de tener un ascendiente atorrante.
Así nomás es la vida y que, en el atardecer de su gestión y poder, Guerín debe de estar aprendiendo.
Detrás de la puerta, esto
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1 comentario:
Que lastima que existan "periodistas" así, ensucian vuestra profesión... debería haber un colegiado...
Y la ley de causa y efecto es irreversible, difícilmente alguien que no tenga integridad, pueda terminar bien....
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