No es que tenga ganas de filosofar, como más de uno pensaría al leer el título de este comentario. Generalmente, por regla íntima, no acostumbro filosofar los lunes, cuando debo ponerme al día con mis trabajos diarios, ir al supermercado y pagar las cuotas de la fecha, si hubieren.
Nada que ver.
Solo que hoy leí en el diario Abc que el tío de Gustavo Stroessner Mora, un señor que se llama Jacinto Matiauda, de 88 años de edad, denunció a aquel de ser "un ladrón profesional que destruyó a su padre" (Alfredo Stroessner).
El artículo, que ocupa toda una página, gira en torno a un dinero que ganó Matiauda como gestor de una empresa extranjera que ganó la licitación para construir la hidroeléctrica Yacyreta; que esta esta empresa pagó la comisión respectiva pero que cobró el hijo del ex presidente y que, el hoy anciano tío, reclama.
Han pasado 20 años de la caída de Alfredo Stroessner. Este ya murió y sus restos están en un cementerio lejano, en los confines de Brasil. Gustavo Stroessner, un todopoderoso militar de aviación durante el gobierno de su papá, hoy es apenas un hombre con dinero, pero sólo, encerrado, a quién hasta su tío le saca trapos sucios al sol.
El poder no es para todos. No lo fue para los Stroessner. Son muy pocos los que no se dejan seducir por los encantos del poder. Los Stroessner, como muchos, cayeron como unos tontos en brazos del poder. Y ahora, uno de ellos al menos, está lejos, ya viejo, sin poder disfrutar de todo cuanto robó.
¿Qué sentido tiene la vida si en lo que queda se deba vivir huyendo, cerrando portones, puertas y ventanas; espiando tras la cortina si quiénes son los que llegan en un coche a la casa; si no se atiende el teléfono por temor a que sea la de alguien que reclama deudas pendientes?
Cuando Gustavo Stroessner era una vaca sagrada en las Fuerzas Armadas y en la política paraguaya no pensó jamás que hoy su propio tío carnal le deba acusar de ladrón, empeorando su frágil situación en la justicia del país donde él lo manejaba a su antojo.
El ya anciano Gustavo Stroessner jamás tuvo que haber pensado que la vida está hecha de una infinita cadena con causas y efectos.
Para bien y para mal no tiene hijos, creo.
Nada que ver.
Solo que hoy leí en el diario Abc que el tío de Gustavo Stroessner Mora, un señor que se llama Jacinto Matiauda, de 88 años de edad, denunció a aquel de ser "un ladrón profesional que destruyó a su padre" (Alfredo Stroessner).
El artículo, que ocupa toda una página, gira en torno a un dinero que ganó Matiauda como gestor de una empresa extranjera que ganó la licitación para construir la hidroeléctrica Yacyreta; que esta esta empresa pagó la comisión respectiva pero que cobró el hijo del ex presidente y que, el hoy anciano tío, reclama.
Han pasado 20 años de la caída de Alfredo Stroessner. Este ya murió y sus restos están en un cementerio lejano, en los confines de Brasil. Gustavo Stroessner, un todopoderoso militar de aviación durante el gobierno de su papá, hoy es apenas un hombre con dinero, pero sólo, encerrado, a quién hasta su tío le saca trapos sucios al sol.
El poder no es para todos. No lo fue para los Stroessner. Son muy pocos los que no se dejan seducir por los encantos del poder. Los Stroessner, como muchos, cayeron como unos tontos en brazos del poder. Y ahora, uno de ellos al menos, está lejos, ya viejo, sin poder disfrutar de todo cuanto robó.
¿Qué sentido tiene la vida si en lo que queda se deba vivir huyendo, cerrando portones, puertas y ventanas; espiando tras la cortina si quiénes son los que llegan en un coche a la casa; si no se atiende el teléfono por temor a que sea la de alguien que reclama deudas pendientes?
Cuando Gustavo Stroessner era una vaca sagrada en las Fuerzas Armadas y en la política paraguaya no pensó jamás que hoy su propio tío carnal le deba acusar de ladrón, empeorando su frágil situación en la justicia del país donde él lo manejaba a su antojo.
El ya anciano Gustavo Stroessner jamás tuvo que haber pensado que la vida está hecha de una infinita cadena con causas y efectos.
Para bien y para mal no tiene hijos, creo.
Si tuviera, acaso sean sus únicos leales (si él no les es desleal) hasta su muerte; pero, al mismo tiempo, sus hijos sentirían el peso de su equivocación. Nadie, en el tiempo, quiere recordar a antepasados atorrantes que andaban robando a manos llenas como vulgares piratas de mares, como abigeos de nuestros campos, como el Alibabá de los cuentos.
La milenaria enseñanza de Hermes Trimegisto (toda causa produce un efecto) no le sirvió para nada. No lo supo porque, evidentemente, no le importó, porque en su debido momento creyó que era inmortal (si hasta ya creía ser el futuro presidente de la República, por obra y gracia de las alabanzas de unos cuantos de sus paniaguados) y que esas tonteras metafísicas le tenían sin cuidado.
Pero ya ve.
Con todo el dinero que acumuló manoteando de aquí para allá cuando su papá era el mandamás del país, no puede ser feliz. Una persona, como Gustavo Stroessner, que teme hasta a su sombra, no puede experimentar la felicidad en la recta final de su vida.
Quizás ahora, encerrado en su casa de Brasilia, empiece a pensar que somos generadores de causas y consecuencias, que este fenómeno actúa sobre nosotros las 24 horas del día, a cada instante, y que lo que ahora nos parece que no repercutirá ya se hará sentir tarde o temprano.
Para Gustavo Stroessner Mora, con todas las reflexiones que pueda hacer ahora, ya nada puede revertirse. Lo que debe hacer este ciudadano es presentarse a la Justicia y pagar las deudas.
Su experiencia sirva para los que ahora hacen gobierno. Hay hombres en el primer anillo de Fernando Lugo que están haciendo lo mismo que Gustavo Stroessner. Que reflexionen sobre lo que le pasa al militar. Que sepan que las consecuencias se hacen sentir tarde o temprano.
La milenaria enseñanza de Hermes Trimegisto (toda causa produce un efecto) no le sirvió para nada. No lo supo porque, evidentemente, no le importó, porque en su debido momento creyó que era inmortal (si hasta ya creía ser el futuro presidente de la República, por obra y gracia de las alabanzas de unos cuantos de sus paniaguados) y que esas tonteras metafísicas le tenían sin cuidado.
Pero ya ve.
Con todo el dinero que acumuló manoteando de aquí para allá cuando su papá era el mandamás del país, no puede ser feliz. Una persona, como Gustavo Stroessner, que teme hasta a su sombra, no puede experimentar la felicidad en la recta final de su vida.
Quizás ahora, encerrado en su casa de Brasilia, empiece a pensar que somos generadores de causas y consecuencias, que este fenómeno actúa sobre nosotros las 24 horas del día, a cada instante, y que lo que ahora nos parece que no repercutirá ya se hará sentir tarde o temprano.
Para Gustavo Stroessner Mora, con todas las reflexiones que pueda hacer ahora, ya nada puede revertirse. Lo que debe hacer este ciudadano es presentarse a la Justicia y pagar las deudas.
Su experiencia sirva para los que ahora hacen gobierno. Hay hombres en el primer anillo de Fernando Lugo que están haciendo lo mismo que Gustavo Stroessner. Que reflexionen sobre lo que le pasa al militar. Que sepan que las consecuencias se hacen sentir tarde o temprano.
Nota: Gustavo Stroessner falleció en un sanatorio privado de Asunción el 20 de febrero de 2011 a los 66 años de edad.
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