Los primeros gobernantes de Paraguay no se preocupaban tanto de la educación, la salud, la red vial, las relaciones internacionales, etc., como ahora, sino de aplicar un buen escarmiento a los vagos y haragánes, verdaderas plagas sociales de aquellas alboradas de la República.
Al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia le producía un pire vai jefe los que, vagando por las calles, no hacen sino molestar a los demás. Francia, de hecho, era un tipo de muy pocas pulgas.
Ser vago y haragán en aquellos tiempos de la Asunción del siglo XIX era un delito como robar, matar, estafar.
El haragán era un vago por añadidura.
Un vago está a milímetros de las tentaciones marginales: la borrachera, la vizcachería, la violación. De ahí que los decretos de Francia y Carlos Antonio López se referían en abundancia contra los que sentían fobia al trabajo
Los barzones - también - han motivado a los gobernantes de aquellos días a aplicar el estado de sitio y, trabajo a los guardias urbanos de a caballo ¿Qué podría estar haciendo un desocupado por las calles desiertas y oscuras de Asunción?; probablemente de todo, menos de los buenos.
Se me hace que vagos y haragánes todavía hay muchos en estos tiempos.
Muchos son de guantes blancos. Se ingenian para ubicarse en fiestas copetudas y hasta salen en las páginas de sociales de los diarios asuncenos. Se infiltran en los poderes del Estado, en gremios deportivos y empresariales. No se sabe muy bien qué hacen pero están. No se tiene certeza donde estás sus oficinas ni si a cuántos empleados pagan, pero se los ve en conferencias, congresos y talleres de alto voltaje reservados para los que en verdad trabajan.
Se los puede ver al mando de paquetísimos coches último modelo, vestidos de saco confeccionado en los mejores sastres de Buenos Aires pero, que se sepa, no se levantan temprano como cualquier otro empresario (porque entre ellos se mimetizan) ni que hayan habilitado tal o cual fuente de empleo.
Son protagonistas modernos de la bordonería alegre, que si vivieran en tiempos de Rodríguez de Francia iban, engrillados, sin trámite alguno, a la cárcel pública.
Hoy, porque la modernidad también sabe compadecerse de ellos, no se los llama vagos y haragánes, son cancaneros. Otros le llaman oportunistas, figuretis, recomendados, asesores, hasta consultores. El desarrollo del lenguaje les pasa una mano. De todos modos, son esencialmente bribones, semidioses del ocio, de la holganza y de la pereza.
Al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia le producía un pire vai jefe los que, vagando por las calles, no hacen sino molestar a los demás. Francia, de hecho, era un tipo de muy pocas pulgas.
Ser vago y haragán en aquellos tiempos de la Asunción del siglo XIX era un delito como robar, matar, estafar.
El haragán era un vago por añadidura.
Un vago está a milímetros de las tentaciones marginales: la borrachera, la vizcachería, la violación. De ahí que los decretos de Francia y Carlos Antonio López se referían en abundancia contra los que sentían fobia al trabajo
Los barzones - también - han motivado a los gobernantes de aquellos días a aplicar el estado de sitio y, trabajo a los guardias urbanos de a caballo ¿Qué podría estar haciendo un desocupado por las calles desiertas y oscuras de Asunción?; probablemente de todo, menos de los buenos.
Se me hace que vagos y haragánes todavía hay muchos en estos tiempos.
Muchos son de guantes blancos. Se ingenian para ubicarse en fiestas copetudas y hasta salen en las páginas de sociales de los diarios asuncenos. Se infiltran en los poderes del Estado, en gremios deportivos y empresariales. No se sabe muy bien qué hacen pero están. No se tiene certeza donde estás sus oficinas ni si a cuántos empleados pagan, pero se los ve en conferencias, congresos y talleres de alto voltaje reservados para los que en verdad trabajan.
Se los puede ver al mando de paquetísimos coches último modelo, vestidos de saco confeccionado en los mejores sastres de Buenos Aires pero, que se sepa, no se levantan temprano como cualquier otro empresario (porque entre ellos se mimetizan) ni que hayan habilitado tal o cual fuente de empleo.
Son protagonistas modernos de la bordonería alegre, que si vivieran en tiempos de Rodríguez de Francia iban, engrillados, sin trámite alguno, a la cárcel pública.
Hoy, porque la modernidad también sabe compadecerse de ellos, no se los llama vagos y haragánes, son cancaneros. Otros le llaman oportunistas, figuretis, recomendados, asesores, hasta consultores. El desarrollo del lenguaje les pasa una mano. De todos modos, son esencialmente bribones, semidioses del ocio, de la holganza y de la pereza.
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