En 1959 hice mi primer grado en la escuela Santa Librada, de Villarrica. Como todo niño, mi primer día fue un festival de llantos por lo que mi hermana Chingola tuvo que quedarse durante toda la jornada escolar para mi tranquilidad. Desde el segundo día, felizmente, para mí aquello fue un placer; ya no necesitaba que mi hermana mayor me acompañara.
Aquella rápida adaptación a mi maestra, mis compañeritos de clase, a toda la escuela, fue mi primera enseñanza académica. Fue mi primer aprendizaje.
Me fascinaba, al volver de la escuela, escribir en el suelo lo que aprendí. Me sentía lleno de aire fresco al mostrar a mi madre de cómo es el número uno, cómo es la letra a, como se deletrea m a, ma, m á, ma, mamá, todo escrito con un palillo en el suelo, a falta de papeles y por abundancia de pobreza.
Recuerdo que me sentía incómodo al llegar al viernes, porque el sábado y el domingo no me iría a la escuela no sólo para aprender, sino para jugar, estar con los míos del mismo grado. No olvidaré la penumbra del invierno en la que nuestra maestra, cuyo nombre con el tiempo se me escapó, nos enseñaba. Y las rendijas de ventanas y puertas por donde se filtraba el frío que soplaba en nuestros pies descalzos. Y recuerdo las tortillas de harina que hacía la maestra para venderlas y juntar el dinero que siempre falta a la escuela pobre. Aquellas tortillitas eran un manjar, dicho sea de paso.
Aprender en esa maraña de limitaciones me resultaba entretenido. En casa, después de tantos atropellos de revolucionarios hambrientos de sangre, quedó nada. Ni hablar de libros. Aprendimos lo que debíamos aprender de la mano de la maestra y ese acceso al conocimiento me hacía bien, porque también me permitía charlar con Mamuchi, Nene y Yiyo González Agüero, mis amiguitos y vecinos. Lo recuerdo claramente.
Entonces, saber me resultaba una delicia.
Y si es una delicia, no entiendo aún por qué Augusto Roa Bastos dice, dos veces, en “Madama Sui” que la sabiduría es dolor entendiendo que el dolor es una sensación molesta y aflictiva.
Saber produce, creo, la sensación del aire fresco en el rostro, en medio de calenturientas ignorancias, las mismas que nos tienen de esclavos y; las que inspiraron la frase de Jesús: Sólo la verdad os hará libres. La verdad como el conocimiento y; libres, de la ignorancia.
La ignorancia no mata pero maltrata dice una frase en guaraní. Entonces, contrario al pensamiento de Roa Bastos, creo que nuestros dolores están en nuestra ignorancia, aunque para muchos el desconocimiento es un alcahuetero (“ojos que no ven…”) permanente, del cual se esclaviza.
No entiendo muy bien eso de que para acceder a la belleza a la sabiduría tengamos que pasar por la prueba de la desdicha.
Muchos se resisten a conocer convirtiéndose en refractarios a la verdad y, por tanto, en conductores del error y de la injusticia y así, seculá seculorum, por mayoría de votos, rige la sociedad ignorante acostumbrada a las limitaciones, los anti valores, a las decadencias.
Si muchos se resisten a conocer acaso sean más los que se niegan a saber. Recordemos que el conocimiento llega y; la sabiduría, queda. Y esa legión de adormilados hacen la comunidad dormida. Por eso se tiene una administración política como la que se tiene, por eso la buena salud de la mediocridad, nuestras conductas en la casa, con la pareja, con los hijos, con los amigos. Todo, por ignorancia.
Entonces vale reconocer el esfuerzo de la masonería que tiene por principal enemigo al tavycerio de generaciones. Así, el cinismo, uno de los hijos pródigos de la ignorancia, pasa por sabiduría en aquellos círculos agitados, como el nuestro.
Saber no duele, me arriesgo a afirmar sin temor a equívocos frente a lo que sostiene el escritor compatriota. A mi, personalmente, nunca me dolió. Al contrario. Cada día aprendo eso nuevo que hay en las pequeñas cosas del entorno y que me producen un py´a rory (alegría) indescriptible cuya particularidad es el de buscar más sobre las cosas que hacen a esa sabiduría. Provoca una sensación de contemplación constante. Y con semejante sensación sentimos la felicidad, también constante. Saber nos vuelven ingentes; ignorar, liendres.
Para llegar a ese estado, al de la sabiduría, solo falta activar la voluntad de aprender, de atrapar la enseñanza para bien de uno y de los demás. Todo para que seamos felices, para no dejarnos llevar por el egoísmo, la envidia, el rencor, la deslealtad, el desamor. A propósito, el amor es la sabiduría en acción.
Saber no es doloroso ¡Qué esperanza! ¡Vaya placer el de escribir en el suelo de nuestras voluntades lo que hemos aprendido hoy y, si fuera posible, aplicado de inmediato! Si todos nos adaptáramos al deseo de aprender y actuáramos en consecuencia el país sería otro, más benigno, de riqueza pura, de mútuos entendimientos.
Detrás de la puerta, esto
Temas disponibles en este blog
- Libertad de expresión (96)
- Costumbres (93)
- cultura (77)
- Política (68)
- Historia (62)
- Funcionarios públicos (54)
- Inmigrantes (48)
- Culturales (43)
- Gente (41)
- Lugares de España (31)
- Ensayo (29)
- Tradiciones (29)
- Economía (28)
- Metafísica (23)
- Caballos (21)
- Artes (15)
- Biografía (14)
- espectáculos (9)
- Cuentos (5)
- Mascotas (4)
- Tradiciones. (1)
1 comentario:
ME GUSTA SU ARTÍCULO, Y MÁS EL TEMA EN CUESTIÓN. CONOZCO GENTE QUE ES SABIA, SOLO QUE APARENTEMENTE NO LO ES DEL TODO, DESDE MI HUMILDE PUNTO DE VISTA. Y LE DIRÉ PORQUE.
LA PERSONA QUE COMO USTED EXPRESA AQUÍ HA ALCANZADO UN GRADO SUPERIOR DE SABIDURÍA, DEBERÍA SER FELIZ, PUES HA APRENDIDO A VIVIR CON NORMAS MUY ALTAS. ENTONCES, ¿¿PORQUE NO SON FELICES?? Y DAÑAN A OTRAS PERSONAS?? ACASO NO ES DEMOSTRAR SABIDURÍA AL SER MISERICIORDIOSO, HUMILDE, MANSO, SIN ODIOS NI RENCORES HACIA OTROS SEMEJANTES???
SI ESE ES EL COSTO DE LA SABIDURIA, ME QUEDO COMO ESTOY.
Publicar un comentario