Aquel domingo prometía ser mejor que otras veces en Antequera, un antiguo pueblo del sur español. Fue la primera vez que escuchamos de su existencia, aún cuando tiene más de 4.000 años de edad. Sólo sabíamos del pueblo de Antequera de Paraguay, un puerto sobre el río del mismo nombre, en homenaje al revolucionario José de Antequera.
Decimos que aquel domingo prometía lo suyo, por el viaje que haríamos en coche hasta un paraje llamado "El Torcal", en la montaña. La noche antes nos hablaron de ese extraño territorio; que cuando los dinosaurios andaban sobre la tierra, allí era una profundidad marina. De esto hace muchos años, unos 150 millones, por lo menos.
Descansamos en el hotel con la agradable sensación de la expectativa de lo que pasará mañana; nos sentíamos un niño en vísperas de Reyes ¿Qué tanto descubriremos en una montaña, en un cerro, en unas lomadas, que ya no haya visto en el Ybytyruzú de nuestra Villarrica natal?
Descansamos en el hotel con la agradable sensación de la expectativa de lo que pasará mañana; nos sentíamos un niño en vísperas de Reyes ¿Qué tanto descubriremos en una montaña, en un cerro, en unas lomadas, que ya no haya visto en el Ybytyruzú de nuestra Villarrica natal?
Tomamos un desayuno en el restaurante "El Mirador" en la carretera de El Torcal, un lugar alto, desde donde se puede ver el racimos de casas blancas de Antequera, allá abajo. Hay sol, como parte de los días previos al verano en Andalucía. Café con leche y un pan con queso caliente con cierta semejanza a la chipa paraguaya en la terraza, a pleno sol.
Arriba, la carretera es envuelta en bancos de nubes y hace frio. Apelamos al abrigo. En un recodo con espacio para estacionar descendemos. Las piedras están encimadas; como lozas acomodadas unas sobre otras por manos gigantes; las tocamos (el reencuentro con el "hombre de poca fe" de nuestra intimidad), metemos el índice izquierdo entre sus rendijas, como Tomás en las heridas del Maestro. No, esto no hizo el hombre...
Leemos en un panel que esto lo hizo la sedimentación marina, el agua, el viento, el sol, los terremotos, el tiempo en no menos de 150 millones de años. Dejamos de tomar las fotos extendemos nuestros brazos a lo largo de la baranda, inhalando el viento frio de esas alturas en silencio y no se nos ocurre pensar sino en que Dios existe y que sólo Él en su infinita creatividad pudo haber hecho todo esto cuando tuvo ganas de hacerse de un martillo y de un cincel y distraerse en esta parte del mundo creando sus figuras geométricas, esculpiendo en cada parte de esta imponente montaña.
Miramos a lo lejos, por detrás del horizonte serrano, detrás esta la ciudad de Málaga y el mar y, mucho más lejos, a miles de kilómetros, Sudamérica. En esas alturas de frio, nubes bajas, viento y piedra pensamos en lo poco que sabemos de la naturaleza y el daño que la producimos todos los días. En un viaje mental, casi místico, se nos ocurre pensar en lo que sería este mismo sitio dentro de 150 millones de años. Y nada. Hay un vacío en la mente. No somos capaces de imaginar lo que será en ese remoto futuro estas alturas donde posamos nuestros pies, a unos 75 kilómetros de Granada, donde descansan los restos de los reyes de España, Fernando e Isabel, que han hecho posible que el genovés Colón descubriera las tierras hace muy poquitos años - apenas 515 - y donde nosotros naceríamos.
Contemplar esta inmensidad natural donde el agua, el viento, los movimientos telúricos y el tiempo han esculpido estas altas ondulaciones nos hacen pensar que la vida merece vivirse, como proclamaba el obispo Walter Sheen. Que aquí y ahora, entre estas esculturas del cielo, debemos vivirla intensa y felizmente como si dentro de unos minutos tengamos que morir.
2 comentarios:
me ha dejado impresionada su forma de describir el torcal.Ha sido como verlo hacia adentro,como si lo hubiera llevado en mi interior y su relato ha sido la puerta que lo dejaba salir...
Enhorabuena, Efraín, por tu trabajo. Yo también he estado allí. La diferencia es que yo no capto todas estas sensaciones y emociones que a tí te sugieren. Enhorabuena por el trabajo bien hecho, hay que felicitarte por aquello que haces porque sabes hacer bien: el oficio de periodista.
Lola
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